martes, 6 de noviembre de 2012

Tres almas bajo una avalancha

Para mí eran solamente tres caras. Tres rostros entre un montón que suelen reunirse alrededor de salida del metro Alameda de Osuna y de entre los cuales, cuando paso, suele emerger uno conocido, muy conocido, que me dice: "qué pasa madre" mientras se acerca con cariño a darme un beso.

El otro día pasé por allí; no estaba mi hijo porque está en Inglaterra, pero no era su ausencia la que me inquietaba sino la de tres personitas; tres niñas grandes a quienes decenas de muchachos lloraban en silencio porque alguien, 'alguienes', quisieron ganar más dinero del necesario; porque alguien, 'alguienes', no vigilaron que se cumplieran las normas; porque alguien, 'alguienes', los empujó hacia un fatídico destino cuando sólo querían escuchar música, cuando con la intención de disfrutar de un concierto con tranquilidad buscaban espacio vital en un segundo piso.


"Siento dolor y rabia por el exceso de avaricia" comentaba su amiga superviviente ante las cámaras de televisión. "No sé por qué la gente es tan mala" susurraba bajito un recién llegado a hombre ante los tergiversados comentarios de pseudo periodistas y otras alimañas mediáticas que hablan por hablar o, a lo peor, porque les pagan por parlotear sin tregua inspirados por la ignorancia. Y en mi corazón, los ojos de una madre tan dolorida como agradecida porque su hijo salió del montón o las lagrimas de mi pequeño de 1,80 cm, imposibles de enjugar a través de una pantalla, al saber que sus amigas morían víctimas de una intolerable organización.

"Empezó a pinchar Steve Aoki... Íbamos los cinco intentando caminar... no se podía respirar... tropezamos con los chicos que iban delante... fuimos los primeros en caer... la bengala y el petardo los tiraron cinco minutos después de la avalancha... no nos pidieron carnets... yo entregué mi entrada al revés... entre otros chicos y él rompieron una puerta... yo arrastré a mi novia para que pudiera respirar...  alguien me cogió del tronco y tiró... mi amiga estaba sobre mi pierna... muerta".

No alcanzo a imaginar el sentimiento imposible de unos padres que pierden a sus preciosas hijas de 18 años; no puedo ni quiero pensar que los culpables queden indemnes; no acepto ni la justificación ni la escusa; eran mis hijas, las de mis vecinos, las de millones de madrileños, las de una España sobrecogida por un dolor imperecedero.

A Cristina, Rocío, Katia, Carmen y Dani. A todos sus amigos de la Alameda. A mi hijo, Álvaro (Potter) porque no quiero que me falten sus besos ni que, cuando se enfade conmigo porque lo llamo al orden, me diga: "qué pesadilla de mujer".
Todo el mundo madura, pero no está escrito que haya que hacerlo en una noche.

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