lunes, 23 de enero de 2012

Muy sola

A veces le decía a mi padre que todo el mundo cree que el suyo es el mejor, pero que yo estaba segura de ello. Fue el pilar de mi vida y mientras que pudo hablar, a veces ya a duras penas, lo chinchaba para que me dijera quién era y si me quería.Nunca dejó de decírmelo, de darme las gracias tras la cena o cuando lo ayudaba a moverse. Si yo hubiera podido agradecer todo lo que él hizo por mí, me dio y me aportó...
En fin, ahora tengo quien me espere.

ESTE ES EL TEXTO QUE ESCRIBÍ PARA QUE MI HIJA FATIMA LO LEYERA EN SU FUNERAL y que muchos me habéis pedido.

Decía Camilo José de Cela que mi abuelo era el único hombre de ciencia que conocía, que sabía bailar el ‘swing’. Y tal vez es una de las frases que mejor pueden definirlo, porque su vida transcurrió entre su dedicación al trabajo y su maravilloso concepto de disfrutar de la vida.

Odontólogo, periodista, profesor, científico… pero por encima de todo, marido, padre, abuelo, bisabuelo e incondicional amigo. Dicen, quienes sobre él escribieron,
que cuando se sentaba a rizarse la patilla alcanzaba la más alta cúspide y que ésos eran momentos de abstracción y recogimiento de los que siempre brotaba el fruto de su inteligencia. Pero yo, que viví junto a él sus últimos 22 años,  aunque sé que tenía un abuelo sabio que recorrió el mundo con sus estudios o que recibió reconocimientos y premios tanto en España como fuera de ella, prefiero quedarme con su eterna sonrisa, su sentido del humor, su cariño, su concepto de la lealtad, su generosidad o su apoyo incondicional a todos cuantos quería o le necesitaban.

Es verdad que, como decía Cela, bailaba bien, increíblemente bien y esa idea me ha llevado a imaginar ese cielo en el que seguro que hoy ya está y que para cada uno de nosotros debe ser diferente. Lo imagino sentado a una mesa con sus mejores amigos arreglando el mundo: con Antonio, con Rafael, Gilberto, Victor, Carlos...; lo imagino despachando con Don Juan, el Rey como todos los juanistas, llamaba, con el que seguro, tal y como están las cosas, tiene mucho de que hablar; lo imagino leyendo su ABC o incluso, tal vez, en una celestial clínica pasando consulta; pero, por otra parte, sé que estará jugando al mus y echando órdagos, caminando por una inmensa playa, montando a caballo o jugando, como no podía ser de otra manera, en un infinito campo de golf.

Y si así lo veo cuando pienso en él, es porque tengo la seguridad de que está bien, de que nos acompaña, cuida de mi abuela y vela por nosotros. Y estoy tranquila porque sé  que contamos con él; que desde donde está nos guiará siempre , nos marcará a cada momento el camino correcto y encenderá para nosotros faroles que, como a él le gustaba cantar, sabemos que nos darán luz porque ya nunca estarán ‘apagaos’.

En nombre de toda mi familia, tanto los que estamos aquí, como los que están en Colombia o en Estados Unidos, quiero daros a todos las gracias por vuestra compañía y por vuestras oraciones y me gustaría despedirme leyendo unos versos que mi abuelo escribió cuando creyó que la Guerra Civil iba a acabar con él, siendo poco más que un adolescente. Los he extractado y cambiado un par de palabras:

Mi pecho enfermo la muerte me presenta
Encantado, señora, ¿no se sienta?
¿Tiene prisa por llevarme a la otra vida?
Mi alma, inmortal, ni ante usted se humilla
¡Observe su fulgor!, ¿Ve cómo brilla?
Esa es mi alma que en forma de lucero
ya muy cerca de Dios está en el cielo.
No hablemos más, pues que me aguarda, ¡vamos!
Adiós, Pepita, quedad con Dios, hijos.
La implacable, mi vida ya se lleva
Mientras renace en mí una vida nueva.

Gracias


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