domingo, 1 de mayo de 2011

Antes de que ellos aparecieran, ya conocía cuatro de los cinco continentes

A veces me pregunto en qué momento de la historia los periodistas olvidamos nuestro código deontológico, la obligación ética y estética de informar o perdemos el control sobre nuestras publicaciones.
Hoy en día es difícil levantarte una mañana y ducharte con el subidón de adrenalina que te da cuando tienes una buena noticia, una primicia, una exclusiva o, sencillamente, tienes ganas de trabajar y escribir, con la mayor maestría posible, algo diferente.
Lejos quedaron los hallados textos inéditos de Unamuno, las entrevistas a grandes entre los grandes, las amenazas de los políticos por publicar sus tendencias prevaricadoras y su amor por los cohechos o la certeza de que el móvil más 'cool' del momento lleva un log encriptado que lo transforma en el mejor y más peligroso de los espias.
A veces, es la vida quien te quita las ganas; otras, el miedo de tus jefes o socios a un posible conflicto; algunas, las obligaciones que conlleva la publicidad; las menos, la pobreza de espíritu de la gente que te encuentras por el camino.


Pero la realidad es la que es y hoy me prgunto por qué, de repente, tengo momentos de pasión profesional en los que lo quiero saber todo, me esfuerzo para intentar ser mejor o disfruto probando algún cacharro en el último rincón del mundo. ¡Deberían existir pastillas contra eso! Me gusta observar, escuchar, relacionar, guardar datos, intuir, presentir y construir; un defecto que me debería hacer mirar porque, aunque intento controlarlo, un día me va a llevar a la locura (tal vez de indignación).

¿Por qué me desahogo así? Porque este es mi blog, el blog de una vida cualquiera llena de momentos excepcionales en el que sólo pretendo volcar mi corazón y mi memoria; plasmar todo aquello que me marcó, me impactó, me dolio, me condicionó, me emocionó o desprecié. Y lo haré, entre otras cosas, porque no se me otrogó el DON del rencor y, ante el inevitable olvido, creo debe imponerse la razón (es cuestión de salud mental, de recordar para no volver a caer).

Y como diría Zorrilla, "todo fue porque un día...", no hace mucho, publiqué una noticia o tal vez una sucesión de ellas, que adelantaban una información sobre una de las grandes empresas españolas, la cual iba a presentar durane un viaje a China -al que estaba invitada sólo la prensa económica- un teléfono.
Por aquellos días, yo, que NO me considero prensa económica sino técnica, había declinado (por razones familiares) invitaciones a Singapour, Waterloo (Canadá), Paris y había aceptado sólo dos, comprometidos meses antes, a Helsinki y a San Diego.

Sin embargo, a mi regreso de los mencionados periplos, asistí a una comida con directivos del sector -amigos- y durante la misma uno de ellos me dijo "Pilar, hay cosas que no se pueden dejar; tienes que aclarar las cosas porque van diciendo que publicaste la información como pataleta porque no estabas invitada a China".
No me parecieron tan impotantes las palabras de autodefensa de un responsable de comunicación (yo ya había escuchado todo tipo de gritos, improperios y amenazas veladas), como la tristeza que me produjo el ver hasta qué punto ha decaído nuestra profesión y lo barato que nos vendemos o con lo poco que creen comprarnos. Una primicia, conseguida, no dictada, es sinónimo de éxito y la satisfacción que produce no se compra. Al menos así fue siempre aunque ahora... ahora ya no tengo ganas de luchar contracorriente.

Y en respuesta a tan abruptas palabras, sólo un comentario: cuando ellos llegaron a mi vida, yo ya conocía cuatro de los cinco continentes (los mismos que conozco ahora porque nunca he estado en Oceanía). Al mes de nacer me llevaron de Bogotá a Santa Marta y desde entonces me resultaría imposible calcular las horas que he pasado en coche, tren, barco o avión.
Viajar y tener que viajar es uno de los sinos de mi vida. Un sino que es mejor que muchos, pero también peor que otros; sin embargo, va conmigo, y, sinceramente, agradezco, tanto a las empresas, como a organizaciones y gobiernos que me inviten cuando consideran que yo puedo dar cumplida respuesta a su necesidades, ilusiones o expectativas. Cuando viajo, además de trabajar, satisfago muchas de mis necesidades culturales.

Con respecto a la compañía en cuestión... no pasa nada, son gajes del oficio. Peor me parece que durante años hayan financiado subrepticiamente a mi competencia y lo he conllevado. Ellos saben que sé, yo sé que lo saben y así convivimos. A veces me pregunto si lo que les molesta es la dignidad con que los trato o, tal vez, que cayo.

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