miércoles, 18 de agosto de 2010

La muerte de Pilar Arias Lamproy

No recuerdo bien cuando empezó a cambiar. Tal vez aquellas vacaciones en Marbella, tal vez un montón de novios inadecuados, el poderío de parar el tráfico de Madríd, exceso de dinero, unos padres con vida propia... no sé.
El 11 de octubre de 1986 su madre entró en el baño y la encontró tirada detrás de la puerta, el intento de reanimación fue inútil, la droga había sido superior a ella. Llevaba tiempo curándose. Lela y Alfonso permanecían vigilantes y la cuidaban como a la princesa delicada que era. Una noche, creyéndola dormida, su madre, la impresionante Heleny Lamproy (Lela) cayó rendida por el sueño. Teníamos 24 años. La última vez que la vi con vida fue el día de mi boda; recuerdo que no se separó de mí ni un momento. Me acompañó a llevar flores a la Virgen del colegio y rezó a mi lado. Juntas escuchamos el canto que para mí entonaban las monjas, juntas y de rodillas ante el altar en el que cuatro meses después yo  leería la epístola de su funeral.
Pilar Arias Lamproy fue una de mis dos mejores amigas. Su belleza era exótica, su capacidad inagotable. Mi familia y mi vida más clásicas, la suya imparable. Se enamoró de José Cristobal Martínez Bordiú con poco más de 20 años y la prensa, los modistos, sus nuevos amigos (famosos de entonces y de ahora), la convirtieron en protagonista del cuché. Ella se sintió una nietísima.
Un par de años más tarde, las hermanas García Obregón, la acusaban de que su nuevo amor, su hermano Javier, llevaba una mala vida por su culpa. Yo no creo que fuera así, pero cuando uno está muerto y el otro rehízo oportunamente su vida, de qué sirve plantearnos quién arrastraba a quién. La única verdad: se querían.

Pero hubo un tercero en cuestión (y otros tantos más). El otro día las noticias contaban que los posibles delitos cometidos por Javier Anastasio (el mejor amigo de Rafi Escobedo, yerno y ASESINO de los Marqueses de Urquijo), habían prescrito. Javier fue el tercer hombre; el que le enseñó a soñar y a volar. El de los regalos tailandeses, el que le indicó el camino para ser mayor. El día del juicio de Rafi -convicto y confeso del doble asesinato-, nervioso, me decía a la puerta de Las Salesas: "Pilar, me van a freír". Pero ese..., ese tal vez sea otro capitulo.
Crecí y maduré junto a Pili, fuimos compañeras de clase y de vida, que no de aventuras. Nuestra adoración era mutua. Yo la regañaba pero no sabía... ella me pintaba, me arrastraba a su personal estilo, me mostraba un mundo para mí nada atractivo.
Lloré junto a su tumba y años más tarde llevé a mis hijos con el fin de que supieran a qué conducen los errores; pero desde aquel 12 de octubre en que su cuerpo quedó en reposo en El Escorial, su alma ha permanecido conmigo. Nunca, nunca, he sabido el significado de la palabra soledad.

4 comentarios:

  1. Se muy bien como sufriste con la muerte de Pili.
    La moraleja es que una mala amistad te puede conducir por un mal camino si no lo evitas a tiempo. Hay que tener fortaleza para no dejarse obnubilar.
    Que gran persona y que forma tan inutil de perder la vida.

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