domingo, 22 de agosto de 2010

La pasión por el esquí

Supongo que para quien ha vivido siempre en lo que geográficamente se denomina 'Zonas Templadas' es muy difícil entender lo que fue para mí ver por primera vez nevar. Estaba enferma, supongo que con una hepatitis que, según las costumbres de entonces, me retuvo en cama varios meses. Vivíamos ya en Madrid en la calle Rafael Salgado y desde la ventana de mi cuarto, además del jardín anterior del edificio sólo veía el Santiago Bernabeu (aún sin reformar). Aquello me pareció el espectáculo más increíble del mundo. La nevada era copiosa y las anchísimas aceras tanto de la calle como del estadio fueron paulatinamente quedándose blancas.
Llegado un momento, a mi madre le debió de dar pena verme mirar durante horas por la ventana, sintiendo copos intangibles caer sobre mí o los indoloros golpes de las bolas que se tiraban mis amigos y, tras ponerme infinitas capas de ropa, me permitió bajar a jugar.
Días más tarde, la noche del 5 de enero de 1971, con la excitación de la llegada de los Reyes, me levanté a media noche sin avisar. En el salón estaban mis padres, mi hermana Ketty, mi cuñado... poniendo los regalos junto a los zapatos; sin embargo, no me dolió evidenciar algo que ya suponía (mis amigas mayores me lo habían dicho mil veces) porque allí, entre decenas y decenas de cosas -entre otras un libro de Puck-, estaba mi primer equipo de esquí.
Callada y sin hacer ruido, volví a la cama a la espera de que llegara la mañana.

El esquí, desde entonces,
fue la pasión de mi vida y, por supuesto, requisito fundamental para 'mi hombre'. Y así fue. Las primeras aventuras que escuché de boca de Álvaro, teniendo yo dieciseis años, fueron sus andanzas en la mili, en el cuerpo de esquiadores de la Escuela Militar de Montaña (Jaca/Candanchú). Debí de escuchar con atención porque, al día siguiente de conocerme, se me declaró.

Tignes, Val d´Isere, Cortina, Val Gardena, Le Corbier, Valdesquí, Navacerrada, Cotos, Candanchú... Dejé de esquiar regularmente cuando, en vez de deslizarme por la vida, las cosas se pusieron cuesta arriba y tuve que aprender a escalar el día a día pero, aún hoy, cuando llega el invierno, hay días en que Álvaro me despierta temprano: "Pilar está nevando".

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